La propuesta de un viaje, o de muchos viajes sensoriales cuyo epicentro se sitúa en el Gran Chaco, habita las series de los fotógrafos Alexandra Dos Santos (Asunción,1976) y Javier Medina (Córdoba, 1967) para esta edición de El Ojo Salvaje. Dos fotógrafos documentalistas que han adherido a sus imágenes un estilo visual que resalta la tensión formal, la toma directa, el intimismo analógico del blanco y negro o el formato cuadrado y apaisado, para focalizar retratos, paisajes y situaciones disparadores de narrativas líricas, plenas de interés ecológico, cultural y social.
Construidos desde una obra fotográfica melancólica, ambiguamente activa y reflexiva, ambos ensayos trabajarían un propósito, o un mensaje, por sobre el tema o los temas aquí presentados: la forma señala una necesidad de desmitificación de esta tierra a fin de ver su verdad sin épica ni romanticismo. Ofreciendo sentidos imaginativos y dialécticos sobre generalidades contemporáneas, los artistas se proponen llegar a un estado de la cuestión, a un abreviado “ser y estar” contemporizador de la cambiante realidad en el Chaco de hoy.
Dos Santos y Medina abrazan aspectos la realidad física y mental de este territorio a modo de una fábula o narrativa fantasiosa, y resuelta en esta muestra en un filoso encuentro entre la fotografía humanista y el paisaje.
Panorámica
Si admitimos que sobre el Chaco aún persiste el estereotipo del territorio olvidado, evitado, ausente, de ser un far west a la paraguaya a espaldas de la Mesopotamia verde y húmeda, de su “hermana rica”, la centralista e inefable Región Oriental. Para los ojos de los orientales, el Oeste, el Poniente u Occidente equivaldría al lado inconsciente, psicológicamente reprimido, el hemisferio de la pesadilla de la guerra, la sed o el calor.
La sección paraguaya de esta zona, también llamada Chaco Boreal, comprende el territorio ubicado entre los ríos Pilcomayo y el Pantanal, por citar sus límites geográficos referenciales meridional y septentrional, o entre los paralelos 20º y 16º Sur. El espacio de un vacío epistémico que proponen rellenar de incertidumbres antes que de certezas las imágenes de Dos Santos y Medina, las que en cualquier caso, nos servirán a modo de cruces actualizadores y testimoniales.
Cabe asimismo aquí la actitud de pervertir dogmas y mitos. Y desde luego, superar tópicos del imaginario nacionalista, la épica patriotera de los “treinta mil ausentes” sepultados en la llanura espinosa, o ignorar una carrera anual de coches que violenta escenarios naturales y culturales.
A modo de contexto, muy simplificador por cierto, se apunta que en esta región sólo vive el 2 % de la población de Paraguay, teniendo el Chaco Boreal el doble de la superficie de su hermana, la Región Oriental. La enorme pradera aluvional, hábitat de una variada fauna y flora sobre la que se asentaron hace milenios sus primeros humanos.
Grupos nómadas que se encontraban en el Paleolítico cuando los primeros españoles penetraron entre sus caraguatás y arbustos espinosos; viajeros que seguían los ciclos de la caza, la pesca y la recolección y vieron alterados en muy corto tiempo sus culturas tradicionales. Pueblos cuyas cosmogonías fascinan por su alto nivel narrativo y hermanadas con sofisticados mitos de creación universal, más fantasiosos que la Biblia y con rituales más intensos que Semanas Santas criollas. Hablantes de una riqueza de lenguajes capaces de nombrar el mundo y transportadores de saberes fundados en oralidades sin fecha.
Hasta que llega el comienzo del fin. Empresas extractivas de quebracho hacen su aparición a fines del siglo XIX con regímenes de trabajo esclavista. La guerra paraguayo-boliviana supone seguidamente una perturbación mayor entre los chaqueños originarios, también configurada por una nueva realidad cultural: el emplazamiento de colonias de matriz cultural europea, provenientes de Canadá y Rusia. Estos grupos de Menonitas inician las primeras actividades sedentarias en la región con la producción agrícola y ganadera empleando por primera vez a los indígenas como jornaleros. Paralelamente, los ganaderos paraguayos y extranjeros ejercen mayor presión territorial, cercando a los últimos pueblos indígenas, instaurando el modelo fatal del etnocidio y el ecocidio tolerados y vigentes hasta hoy día.
Este efervescente laboratorio humano, confiere al Chaco una problemática signada por la actividad capitalista y el despojo efectuado por los “recién llegados”, entre los que también figura el mix ecuménico de religiones. Un lugar riquísimo y diverso donde los últimos ajustes migratorios han sido dramáticos, al estar fundados en la violencia dirigida al ambiente natural y a las personas que lo pueblan.
Trans-Chaco, acelerador al fondo del mito / Fotografías de Alexandra Dos Santos
Recorrer el paisaje chaqueño fue por algunos años de la década pasada, un desafío permanente, o para nuestra fotógrafa, una provocación constante. Árboles centenarios testigos del tiempo abrazando el firmamento, el capricho de ríos que serpentean las costas bravas del monte, lagunas que aparecen inesperadamente como huellas de un páramo azaroso, palmerales que se recortan en el horizonte, mujeres y hombres que se entrecruzan en su camino por la línea recta entre Asunción y Filadelfia.
Los periódicos viajes al por ella denominado Finis Terrae chaqueño y la documentación de estas experiencias de campo desarrolladas entre 2004 y 2009, su exhibición fragmentaria en otras muestras artísticas a partir del año 2005 y un proyecto editorial aún en proyecto sintetizan este corpus con lotes de obra aún inédita. Este mosaico visual desarrollado en cinco años dibuja un lugar diverso y de contrastes, donde la autora explora dos caminos: el estético mediante la alteración de las formas de este mundo pero aún mostrándolas objetivas; y el ético, al señalar desde aristas críticas una modernidad material incompleta y carente, la obscena separación social de los pobres, o un urbanismo y arquitectura precarios.
Podría decirse que no hay misericordia o exotismo en esta fotografías que beben de la antropología cultural y que tanto interesa a Alexandra Dos Santos. Mientras que sí hay goce, juego, una fuerza vital que nos interpela. Allí están la arena, el calor, los cuerpos que se relacionan con esa arena y ese fuego, las plantas y los árboles, las fibras vegetales como cabellos o el cielo impávido; este es su Chaco personal.
A la indagación de aspectos ligados a lo estrictamente visual, la forma en que elige representar situaciones, sujetos y escenarios, debe sumarse otro aspecto que constituye la otra cara: la invisibilidad. La mirada se manifiesta no sólo en la obturación de la cámara, sino también en aquello que se oculta o invisibiliza: lo que no se muestra implica un recorte, un sesgo que supone toda toma fotográfica, una elección, una estrategia de plantar un (des)conocimiento.
Estas fotografías contienen a veces escenografías que desacreditan las orgullosas utopías del urbanismo, cual precarias Pompeyas nacidas ya como ruinas y arrulladas por el viento que despeina los matorrales espinosos. Han sido tomadas escuchando hablar lenguas como el Enhlet, el Guaraní o un Alemán muy antiguo al unísono de cumbias acachacadas; o sintiendo de a ráfagas el sonido gigante de insectos, aves y batracios.
¿Qué historia esconde una gasolinera fantasmal? ¿O la imponente figura de un contenedor gigante de agua, oficinas administrativas vacías, desoladas, el sulky con la familia menonita en el siglo XXI, el caballo de color plata? ¿Que hace un navío varado y rodeado de camalotes gigantes bajo la niebla?. Durante sus cacerías visuales, en las soledades acechantes, la autora se entregó a una total instrospección, situación presente en los pliegues de esta escritura desencantada pero aún muy solar, dibujada con contraluces firmes, que reflejan vitalidad y escepticismo a tiempos iguales. Nivaklé blues / Fotografías de Javier Medina Verdolini
El grupo de fotografías se compone de tomas efectuadas entre dos enclaves chaqueños habitados por miembros del pueblo Nivaklé. Uno es Casuarina, ubicado en Boquerón y el otro es Toro Pampa, en el Alto Paraguay.
Javier Medina ha venido trabajando como director de fotografía y de fotografía fija desde el año 2017 para la película firmada por el director Ramiro Gómez titulada Yacaa (Azul en lengua Nivaklé), y actualmente en proceso de producción. Yacaa es un largometraje que atrapó al fotógrafo por las capas narrativas que condensan esta ficción cinematográfica, que además de presentar auténticas locaciones de filmación y actores nativos, se concentra en la circunstancia personal y social del indígena en los tiempos globales.
Lo que tenemos a la vista en estas fotografías parece extraviarse de las funciones del artista como responsable visual del film, de sus labores en la fases de pre-producción, del rodaje propiamente dicho y de la próxima post-producción. Las imágenes consiguen ser ubícuas, retratan simultáneamente un puente migratorio de Nivaklés reales arrojados a los espacios de transición Casuarina-Toro Pampa, del subtrópico al trópico.
El éxodo de los transhumantes entre estos escenarios que son auténticas locaciones, capta quizás un flujo, un acceso dinámico, sugieriendo un movimiento espacial, cierta atmósfera de viaje. Otros efigiados que completan la serie y reunidos en estas locaciones, son actores que provienen de otros lugares y fueron captados en situaciones extra-fílmicas.
La fuerte impresión psicológica de los retratos insistiría en aspectos de la globalización que marcan indeleblemente al pueblo Nivaklé: el fracaso parece trasladarse a estos cuerpos cansados o tristes. Podemos imaginar en sus rostros las fuertes transformaciones del capitalismo, la llegada de viejos y nuevos actores/conquistadores, y con ellos la brutal modificación del paisaje y sus antiguos sistemas de vida y cultura.
A través de la investigación artística que se permitió realizar entre sus tareas de rodaje, Javier Medina antepuso la reinterpretación subjetiva, y al elegir la opción imaginativa, el artista abrió un frente completamente nuevo al crear interpretaciones autónomas a una historia del backstage de la película que lo ocupa en estos sitios. En primera instancia, es un fuera de campo del film Yacaa, y ofrece una meditación sobre otras identidades de sus sujetos, en los que el primer plano permite descubrirlos.
El cuerpo es lugar preferencial de la mirada del artista, y es utilizado como campo de manifestación fértil y significativo, lo cual implica situarse en el espacio desde una provocadora intimidad para desentrañarnos una búsqueda de identidad psicológica. El rostro y el lenguaje gestual son relevantes para esta producción autónoma de imágenes, casi tratando de encontrar en estos cuerpos la profundidad de la memoria, sus horizontes de espera, su futuro, o nada más que su respiración.
Fernando Moure
Köln am Rhein, 17 de julio de 2018
* Nota: Fotolabor es una palabra alemana que designa al “laboratorio fotográfico”, entendido como espacio donde se pueden revelar películas, o hacer copias. El laboratorio en sí suele ser un cuarto oscuro hermético a la luz, porque el material sensible a la luz debe procesarse en la oscuridad. En un sentido estricto, el trabajo analógico de Dos Santos y Medina es fiel a esta práctica tradicional de la fotografía, y metafóricamente, puede aludir a la oscuridad presente en varias de estas fotografías.
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