Funeral, duelo, soledad: la emoción y el efecto compacto de esta obra de arte fílmica tiene la capacidad de adherirse luego de ser vista, oida y sentida. Su radicalidad narrativa y lograda emoción sinestésica le valieron a la ópera prima del director Pablo Lamar (Asunción, 1984), el Premio Especial del Jurado en su estreno en el 45° Festival Internacional de Cine de Rotterdam.
Como una historia sostenida por una pareja de ancianos y suspendida en tres jornadas, este largometraje de Lamar confirma los objetivos ya definidos en sus anteriores cortometrajes. Decisiones que son finalmente opciones estéticas y éticas, y que acaban teniendo implicaciones y consecuencias para la trama, señas de identidad de su cine: plano-secuencia, activo lenguaje corporal, intenso sonido ambiental, el direccionamiento audaz de la cámara, o la renuncia al diálogo.
Aparentemente morosos y lentos, los planos continuos configuran una atracción y dinámica envolventes, que junto a una cámara y micrófono inquisidores, recorren las superficies de los cuerpos, los objetos o el paisaje, configurando flujos de conciencia que se posan naturalmente en la mirada y el oido. Ante todo, podría decirse que al director focaliza en la corporalidad el epicentro de sus dramas, ya sea representando un funeral campesino (Ahendu nde sapukai, 12´, 2008) o las consecuencias de un accidente mortal en una noche nupcial (Noche adentro, 18´, 2009).
Los cuerpos tienen, en La última tierra, la posibilidad de ser leidos como un texto, escrituras donde se registran las huellas de una biografía en tensión irremediable con la muerte. La dramaturgia se anticipa sobre todo en el sonido. La película abre con un sombrío contraluz donde distinguimos un hombre que regurgita comida reclinado hacia una cama, para, en la siguiente secuencia, posicionar el ojo-cámara en un audaz primer plano de su companera moribunda hasta la claustrofóbica respiración final. Un cuadro donde cada murmullo, cada gemido en esta noche oscura, se dibuja paralelamente en una textura nerviosa, ahogada por imágenes cacofónicas de todo tipo de vida nocturna posible.
El mundo físico enciende sus discretos tonos: la llama doble de una vela, el amanecer que funde en una solarización que desvela la triste noche en una orgía de luz y sonido. El sol abrasador, los insectos y unas aguas que son como lupas de mundos fantásticos hacen un contraste vitalista superando las escenas lúgubres previas. La última tierra recorre una narrativa cuidadosamente trazada, enmarcada con la inserción de la tragedia de principio a fin.
A medida que la historia avanza, el personaje gana, escala la batalla del abatimiento por una „melancolía activa“ y alterando el curso de los acontecimientos, que debiendo finalizar en un entierro, gira a un hecho fantástico que desconcierta por su irracionalidad. La agonía inicial, el luto que sostiene la carne central del relato y un epílogo abrasivo son el mayor activo de esta historia. Estoica y contenida, esta idea de confrontar lo doloroso, lo inenarrable y lo inexplicable con una naturaleza idílica y romántica produce, finalmente, un regusto sereno.
Esta historia extrema de un dramatismo seco y contundente, de una puesta en escena naturalista, sin diálogos, va empujándonos a la reflexión. Es un cine cerebral pero a la vez visceral, y que no precisa siquiera de una música para alzar los decibelios de emoción. La última tierra posee un depurado lenguaje que sabe cuándo debe detener la acción, cómo cambiar de escenario, dar un golpe de trama o descansar en la descripción.
Sin concesiones, predicciones o presunciones; sin guaraní como gancho para asociaciones con la antropología cultural; muda pero hábilmente construida con atmósferas; este relato universal nos desplaza hacia un ritual propio, asceta, extranjero para el cine narrativo. Esta experiencia audiovisual nos obliga a pensar en imágenes, o quizás mejor dicho, a sentirlas: desde un cuerpo que contiene sus últimos ecos de vida, hasta las peripecias mínimas de un viudo que amplifican la resonancia de la muerte. Entre una mirada que corre más que la flecha del tiempo; con la observación de un cuerpo yaciente o la visión de la serranía de Altos, horizonte verde que cierra este drama espartano, recordándonos la silueta del cuerpo de la anciana descansando, por fin, en el lecho de su última tierra.
Fernando Moure
Rotterdam, 2016
La última tierra, trailer: https://www.youtube.com/watch?v=HAdRdV5z3Nk
2016
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